domingo, 27 de marzo de 2011

Tercer Domingo de Cuaresma - Homilía de Monseñor Romero


Lecturas: Ex. 17,1-7; Salmo 94; Rom. 5,1-2.5-8; Jn. 4,5-42


1. Un signo de redención para el pueblo de Dios en el desierto.

... Les decía, pues, hermanos, que la palabra sagrada de hoy, siguiendo un esquema desde hace muchos siglos, es como un directorio, como un esquema de escuela que se ofrece a los catecúmenos. Eran los que se estaban preparando para recibir el bautismo el Sábado Santo en la noche. Nosotros, gracias a Dios, ya somos bautizados, pero el Concilio Vaticano II nos invita a hacer de la Cuaresma una toma de conciencia de lo que es nuestro bautismo. Lo recibimos sin darnos cuenta, pero cada año la Cuaresma tiene que ser una conciencia nueva de lo que significa ser yo un hombre bautizado. Y, entonces, las lecturas entresacadas de la Biblia para los catecúmenos de otros tiempos, sirven para los cristianos de hoy. Y nos hablan del bautismo al mismo tiempo que nos van exponiendo, en una forma atractiva, la historia de la salvación.

Recordarán que hace dos domingos, ler. domingo de Cuaresma, la historia de la salvación se inicia con la creación en el Paraíso y Adán y Eva en su primer pecado y la promesa de una redención. Hace ocho días se destacaba la figura de Abraham, el hombre escogido en el pueblo antiguo para formar un Pueblo de Dios del cual va a nacer como una promesa de redención para todos los pueblos, Jesucristo, el Hijo de Abraham, el hijo de David. Y ahora surge un tercer personaje en la Cuaresma: Moisés

Moisés, la figura - instrumento de Dios para liberar a su pueblo.

Yo les invito, hermanos, a que en esta semana ustedes mismos lean el libro del Exodo. El Exodo viene a ser para el Viejo Testamento -dicen los biblistas- lo que es para el Nuevo Testamento la Encarnación de Cristo: el evangelio de la Encarnación. No tiene sentido el Evangelio sin aquel anuncio del ángel a María de un Dios que se hace hombre. Así, también, toda la vieja historia de la Biblia arranca de aquella iniciativa de Dios: de formarse un pueblo, del cautiverio de Egipto llevarlo a la libertad, hacer con él una alianza. Y el personaje central del Exodo, el personaje-instrumento de Dios para esta alianza, para ésta liberación, para esta forja de un pueblo que se distinga con perfiles, con leyes, con institutos tan propios, es Moisés, figura gigantesca, colina del Viejo Testamento. No podemos pasar esta Cuaresma sin dedicarle a él un pensamiento, ya que la Cuaresma nos prepara para la fiesta de la redención. En la redención aparecen estos personajes presagiando ese redentor, anunciando esa redención. Y Moisés se nos presenta en la lectura de hoy en un breve -diríamos- relámpago, como esas fotografías que se toman a relámpago. Moisés está dando golpes con su vara a la roca de la cual brota un agua prodigiosa.

La actitud del pueblo de Dios muriendo de sed en el desierto.

Para comprender toda la belleza de esta figura, hay que tener el marco histórico en que sucedió. Fue cuando los israelitas huyendo de Egipto se encuentran en el desierto sedientos y casi blasfeman: "¿Está o no está Dios con nosotros? ¿Nos vas a dejar morir de sed? Mejor no nos hubieras sacado de aquel cautiverio." ¡Qué difíciles son los pueblos ante los que los quieren redimir! Y Moisés se dirige a Dios, -es el escape de todo profeta: orar- "¡Señor! ¿qué hago con este pueblo?, me van a apedrear, me van a matar!". Y Dios, con la serenidad de la omnipotencia, Él que va guiando por pasos difíciles que parecen imposibles a los pueblos, calma a Moisés.

Hermanos, la actitud del pueblo en un desierto, muriéndose de sed y que luego se hace historia de Israel, pueblo también de estepas, de arideces, el agua tiene un lenguaje único, el agua que nuestras bocas sedientas toman con avidez. De allí toma su figura este liberador para transmitir a la posteridad cristiana, lo que ha de ser la redención.

2. La redención que Cristo trae al mundo: "el que tenga sed venga a mí y beba"

Por eso, cuando Cristo Nuestro Señor quiere explicar en qué consiste la redención que Él trae al mundo, usa esa palabra: "El que tenga sed, venga a mí y beba". Pero creo que entre las explicaciones de Cristo -valiéndose de esta comparación, el agua- no hay un pasaje más bello que el que se ha leído hoy en el Evangelio de la Samaritana.

La responsabilidad de recibir el bautismo.

Es una bonita catequesis del bautismo. Si queremos comprender qué ha hecho Cristo conmigo cuando mi padre y mi madre me llevaron al bautismo, leamos el pasaje de la Samaritana y tendremos una idea en esta Cuaresma, para darle gracias a Dios por ser un pueblo de bautizados. Es una lástima, hermanos, que vivimos una dignidad, una grandeza tan excelsa: ser bautizados y no haber comprendido lo que significa ese momento que tal vez se ha quedado allá entre los recuerdos de la infancia, pero que no es para nosotros un motivo de gratitud a Dios, un compromiso con Nuestro Señor.

Gracias a Dios que las comunidades actuales están estudiando y reflejando muy a fondo la responsabilidad del bautismo. Por eso, insistimos, hermanos, escúchennos bien, que, hoy, para bautizar a un niño es necesario que reciba unas explicaciones pre-bautismales. No hagamos del Bautismo un acontecimiento social, solamente para hacer una fiesta en la casa, para entrar en parentesco de compadres con un personaje que tal vez nos conviene socialmente, políticamente. ¡No es eso el Bautismo! Es que va a crear una nueva relación con Dios el que nació hijo de sangre y de la carne. Oigamos cómo Cristo va instruyendo a esta mujer, hasta convertirla a la fe.

Cristo enseña a trascender la realidad inmanente.

La primera escena parte de una necesidad fisiológica: tener sed. Una mujer que llega con su cántaro al pozo y un judío que le pide: "¡Dame de beber porque tengo sed!" Es mediodía. De verdad Cristo tenía sed. Y le pedía de verdad agua del pozo a la Samaritana. Pero el primer impulso de aquella mujer -las relaciones humanas, políticas- es "¿Cómo me pides de beber tú, que eres un judío, a mí, que soy una samaritana? ¿Que no ves que no nos podemos entender?". Y Cristo parte de esta realidad mezquina, pequeña de los hombres para orientarla a la transcendencia: "¡Ah si supieras quién es el que te pide, tú le pedirías y Él te daría un agua viva que salta hasta la vida eterna!" La mujer todavía entiende las cosas materialmente: "¿Cómo me vas a dar agua tú si no tienes con qué sacarla de este pozo? ¿Que acaso eres más grande tú que nuestro padre Jacob que nos dio este pozo?"  ¡Qué pequeñas son las miradas del hombre cuando sólo mira la inmanencia, las cosas de la tierra! Por eso les decía antes: no confundan la perspectiva de Cristo con la perspectiva del hombre; no confundan nunca la liberación del cristianismo con las liberaciones temporales, económicas, sociales, políticas. Lamentablemente este es un grito de calumnia contra la Iglesia, queriendo confundir sus rectas intenciones trascendentes. Como la Samaritana, se parecen los necios de hoy: la Iglesia se mete en política, la Iglesia es subversiva, la Iglesia predica a los pobres.

Hermanos, es la visión miope de las liberaciones de la tierra. Cuando un grupo liberador quiere manipular la Iglesia para sus fines temporales, está abusando de la Iglesia y la Iglesia no se deja. También cuando un grupo de prepotencia o de política, de dominio, quiere utilizar a la Iglesia para sus fines, se quiere manipular la Iglesia y la Iglesia no se puede dejar. Es Cristo que no quiere perder su perspectiva de eternidad que le está ofreciendo a la Samaritana por una visión de sed. Prefiere sacrificar la sed de su garganta pero no traicionar la finalidad de esta sed eterna que Él está queriendo saciar en aquella mujer que tiene sed de cosas mucho más graves que la sed de su garganta.

Cristo nos eleva a una relación de fe.

El hecho es que viene la segunda escena donde Cristo eleva a esta mujer, la invita a una relación de fe. Y la mujer, cuando le dice Cristo: "Vete a llamar a tu marido". La mujer es franca y le dice: "No tengo marido". Cristo es franco también: "Has dicho verdad, cinco hombres has tenido y el que tienes hoy no es tu marido". ¡Qué triste es la realidad de la gente que cree que no tiene sed de cosas espirituales cuando se está muriendo en la miseria moral!

Por eso, hermanos, la Iglesia se asocia a las liberaciones de la tierra, pero para darles un sentido trascendente, para decirles: no se contenten únicamente con las cosas temporales; miren más allá. Entonces, cuando la mujer se ve sorprendida en su vida Íntima, hace esta confesión: "Señor, veo que eres profeta". Y quizás, como quien quiere rehuir la conversación, lo lleva a un tema profético y le dice: "Ya que tú eres profeta, ¿qué piensas tú de esta controversia entre judíos y samaritanos? Ustedes los judíos dicen que a Dios hay que adorarlo en Jerusalén, en el templo, y nosotros decimos que aquí". Y estaba el pozo de Jacob al pie del monte Garizim, donde según la tradición samaritana, se erigieron los primeros altares del pueblo de Dios. Y Cristo le responde con la libertad de los verdaderos hijos de Dios: "No te fijes en controversias religiosas, ya llega la hora, ya está aquí el que es redentor, sabe que va llegando esa hora en que Dios, es adorado no en esta montaña ni en Jerusalén, Dios es adorado en espíritu y en verdad". Dios es espíritu, no necesita templos. El templo de Jerusalén tuvo un sentido relativo como todos los templos de la tierra. ¡Que se roben los templos de Quezaltepeque, que importa! No es eso la religión. Que nos roben los templos materiales, de esto está llena la historia de la Iglesia. No es por eso que está la Iglesia en la tierra. La Iglesia es otra cosa, le dice Cristo, la Iglesia busca adoradores de Dios en espíritu y en verdad; y esto se puede hacer bajo un árbol, en una montaña, junto al mar. Donde haya un corazón sincero que busca sinceramente a Dios, allí está la verdadera religión.

Esto, hermanos, escandaliza a muchos, porque muchos han querido amarrar a la Iglesia a estas cosas materiales; y a esto llaman prestigio, a esto llaman fidelidad: a sus tradiciones. Esto, a veces son traiciones a la verdad de la Iglesia. Dios es espíritu y no necesita los poderes y las cosas de la tierra, busca sinceridad en el corazón. Un llamamiento a la Samaritana que se convierta por encima de todas sus tradiciones y de todas las controversias. Ya está llegando la pecadora al punto en que Cristo la quiere encontrar.

Cristo se revela al que se convierte.

Por eso, aquel diálogo tan interesante junto al pozo termina con una inquietud de la Samaritana: "Señor -le dice- yo sé que vendrá un Mesías. Cuando ese Mesías venga, Él nos va a enseñar todo". Y entonces aflora la belleza del diálogo cuando Cristo, brevemente le dice en el versículo 26: "Yo soy, el que estoy hablando contigo." ¡Qué hermosa revelación! Un hombre llega a ver a través de sus miserias, a través de sus miopías, a través de sus cosas de la tierra, que se ha dejado elevar poco a poco por Cristo y ese Cristo se le descubre en la satisfacción profunda de la conciencia: "Yo soy, el que estoy hablando contigo". Hoy mismo, queridos hermanos, cada uno de ustedes, yo mismo, sentimos, si de veras hemos venido a nuestra misa con fe, que nos encontramos con Cristo.

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